La inspiración está sobrevalorada (y eso está bien) 

Últimamente he visto repetirse una frase como si fuera verdad absoluta:

“La inspiración está sobrevalorada.”
Se usa como una bandera de rigor, de trabajo duro, de procesos con método. Y en parte, estoy de acuerdo. Diseñar no es esperar una epifanía, es sentarse, iterar, revisar, frustrarse y volver a intentar.

Pero en esa cruzada por profesionalizar la creatividad, hemos empezado a despreciar el valor de estar inspirado. Como si emocionarse por una idea fuera poco serio. Como si tener un momento de claridad creativa no fuera parte del trabajo.

Y ahí es donde quiero reivindicar la inspiración.

No como un relámpago mágico que resuelve todo, sino como una energía que te empuja a empezar, que te saca del bloqueo, que te recuerda por qué haces lo que haces. La inspiración no reemplaza el método, pero puede ser el momento en que conectas lo que sabes, con lo que todavía no sabías que podías hacer.

En mi experiencia diseñando productos para contextos exigentes —industria, minería, salud— la inspiración aparece cuando estás en terreno. Hablando con un operario. Viendo una falla en vivo. Escuchando algo que nadie más escucha. Es ahí donde todo ese conocimiento técnico que tienes se alinea con una posibilidad nueva.

Y eso también es inspiración.

No, no se trata de esperarla como quien espera una señal del universo. Pero tampoco de cerrarle la puerta solo porque está de moda despreciarla.

La inspiración no está sobrevalorada. Lo que está sobrevalorado es creer que se puede diseñar sin emoción.

📌 ¿Y tú, cuándo te sientes realmente inspirado en lo que haces?

You should also read: